La Universidad de Salamanca ha dado a la luz el libro Memorias del General Thiébault en España (1801-1812), en edición a cargo de Ricardo Robledo Hernández y Miguel Ángel Martín Mas. En su estudio introductorio, Ricardo Robledo expone: “Las Memorias fueron escritas a lo largo de unos quince o veinte años; quizá se iniciaron en 1815, o un poco más tarde, y concluyeron en 1837. Están escritas, pues, en el periodo en que más éxito tuvo este tipo de escritos, cuando el mercado se llenó de memorias, entre las que destacan las de los generales, que incitaban a ajustar cuentas con el Primer Imperio. Eran, pues, obras al servicio del autor en espera de reconocimiento o perdón, como justifican los olvidos y el embellecimiento. La imagen manipulada es un reflejo de las necesidades de cada época: los militares napoleónicos no querían sufrir la ignominia de la derrota o del olvido. Pero también la jactancia británica, las biografías de Wellington y las caricaturas de Napoleón obligaban a los antiguos adversarios a resistir con la pluma la provocación”.
“El interés mayoritario de aquellas colecciones que inundaron Francia consistió en poner a disposición de todos, partidarios de la antigua Francia o de la nueva, un enorme capital colectivo de la vida nacional; la recreación de ese pasado común servía para que el lector se sintiera como si hubiera estado allí, entrelazándose la historia pública y la memoria individual; Goethe lo expresó con elocuencia en su conocido testimonio de Valmy. Existía la conciencia de participar en una historia vivida, que ciertamente era más heroica que la de la Restauración. Con la desaparición de Napoleón había llegado para Thiébault el fin de la historia (…).
El contraste de los «tiempos miserables» con el pasado se plasmó por tanto en la mitificación de Napoleón que condensaba «toutes les misères et toutes les grandeurs de l’homme», en palabras de Chateaubriand, dispuesto a diseccionar el personaje para rebajar la adoración de las nuevas generaciones. Los difusores del mito habían sido el pueblo y sobre todo los militares, los veteranos de la Grande Armée confinados en sus hogares, “condenados a contar la epopeya vivida al lado del héroe” (…).
La “fiebre de las Memorias” tuvo su auge en los dos o tres decenios que siguieron a Waterloo. Los memorialistas quisieron distanciarse de los historiadores y ganar un espacio propio, pero luego los seguidores de Clío prescindieron en gran parte de las Memorias cuando se fue construyendo a partir de mediados de siglo la síntesis histórica sobre la Revolución y el Imperio (…).
En resumen, la mirada del memorialista Thiébault nos va acercando a la realidad pasada mediante capas muy diversas; los recuerdos del Imperio, que son los que ofrecen estas Memorias, son tamizados por su ideología y por la experiencia de los años de la Restauración: el tiempo de Memorias es el tiempo en el que se reconstruyen “los presentes recordados” y se entrecruza la historia pública con la memoria individual (…)”.