Texto: Salustiano Gutiérrez Baena y José Luis Gutiérrez Molina
Este texto fue enviado el día 15 de enero de 2016 a Diario de Cádiz para su publicación y, tras una primera conformidad, el día 27 de enero nos comunicaron que no pensaban insertarlo. Una actitud que deja indefenso al lector del citado periódico que sólo podrá conocer la versión de Tano Ramos. Creemos que el público tiene derecho a conocer otras opiniones. Por eso recurrimos a esta vía y pedimos que, si parece bien, se difunda lo máximo posible.
En las diversas cabeceras del grupo Joly apareció el domingo 10 de enero de 2016 un amplio reportaje sobre los sucesos de Casas Viejas de 1933, firmado por el periodista de Diario de Cádiz Tano Ramos y titulado “Los Seisdedos mataron primero”. En él, el autor sostiene que el Espacio Conmemorativo Casas Viejas 1933 (ECCV1933) ofrece una versión manipulada y tergiversada de aquellos sucesos, lo cual viene a significar para él que “el mito anarquista sigue triunfando”. El contenido de este reportaje es apoyado por otro artículo sobre Federica Montseny, en relación con la difusión que de “la leyenda de Casas Viejas” hizo la conocida militante ácrata. En ambos textos, Tano Ramos desarrolla la misma tesis que en su libro El caso Casas Viejas. Crónica de una insidia: que los sucesos fueron aprovechados para atacar a un Azaña inocente y a la Segunda República. Pero ahora, además, resaltan dos aspectos: por un lado, el autor carga las tintas sobre la culpabilidad de los campesinos, de ahí el titular; por otro, rebaja el papel de la extrema derecha en su crónica de “la insidia” y aumenta el protagonismo de los anarquistas. Todo ello para llegar a la conclusión de que el ECCV1933 no es sino vocero de las tesis propagandísticas anarquistas.
No es la primera vez que tenemos diferencias historiográficas con Tano Ramos a cuenta de los sucesos. Nunca hemos querido entrar en polémicas públicas, que, por lo demás, terminan siendo publicidad para opiniones que ya el tiempo se encargará de sepultar en el olvido. Es lo que le suele ocurrir a quien descalifica de “sectarias” las opiniones de los demás sin someter a contraste las suyas, que considera casi dogmas de fe. Pero esta vez ha cruzado algunos límites que no nos parece oportuno obviar.
No hace falta conocer los entresijos del ECCV1933 para saber que quienes controlaron y autorizaron los contenidos no son, precisamente, anarquistas. Por lo que sabemos, que es bastante, fueron elaborados por la empresa Expociencia, adjudicataria del concurso convocado por la Diputación de Cádiz, y aprobados y consensuados con la Fundación Casas Viejas 1933 (FCV1933). Esta empresa pidió colaboración, solicitando información y documentación, a un amplio sector de personas que conocen los sucesos porque los han estudiado y trabajado; entre ellos, a nosotros. En su momento decidimos colaborar para intentar que, ante la tradicional utilización política de este episodio –que hubiera significado convertir el espacio conmemorativo en una especie de homenaje a Azaña y a la Segunda República– se hiciera hincapié en la idea de que fuera un homenaje a las víctimas. En este sentido, como Tano Ramos, nosotros también estuvimos en desacuerdo cuando no se quiso considerar como víctimas a los tres miembros de las fuerzas del orden muertos.
El autor ofrece en su artículo una serie de datos con los que pretende fundamentar que el ECCV1933 es el triunfo de la versión anarquista y de la insidia extendida contra Azaña y la Segunda República. Estamos totalmente en contra de esta tesis, y podríamos utilizar muchos datos para demostrarlo; por no extendernos, vamos a dar sólo tres y a evidenciar que es falso que en los contenidos del espacio no aparezca la autocrítica anarquista o el verdadero rol de Rojas y Azaña:
Uno. Sobre Vicente Ballester, el principal anarcosindicalista implicado, se puede leer: “Redactor del diario CNT, escribió en él una serie de artículos en los que analizaba y criticaba su (propia) actuación y la del sindicato (en relación a los sucesos)”.
Dos. Sobre el capitán Manuel Rojas Feijespán se puede leer: “De las declaraciones sumariales se desprende la animadversión y dureza de su actuación en la represión y escarmiento a los campesinos de Casas Viejas”.
Tres. Sobre el presidente Manuel Azaña Díaz se puede leer: “Político de altura, icono del sueño modernizador, ilustrado y demócrata de la Segunda República Española (…). Su figura se vio envuelta en la estrategia de defensa del abogado del Capitán Manuel Rojas Feijespán, quien pretendía la absolución de su cliente señalando la culpabilidad de Manuel Azaña Díaz y sus ministros”.
Esto, y más, lo sabe muy bien Tano Ramos, que participó hasta donde quiso en la elaboración y corrección de los contenidos. Así que su reportaje, que transmite una inquina inusitada, parece más bien un ajuste de cuentas –él sabrá con quien o quienes– y un intento por cambiar completamente el sentido de la existencia del espacio un año después de su inauguración.
Dicho lo cual, vayamos a la interpretación histórica de los sucesos de Casas Viejas que el visitante va a encontrar en ese espacio, que es lo que el autor con su artículo pretende descalificar. Resumamos nuestra posición:
–Primero: Hubo crimen de Estado. El capitán Rojas podía ser lo que fuera, pero llegó a Casas Viejas como representante del Estado republicano.
–Segundo: Azaña, como jefe del Gobierno y ministro de la Guerra, fue el máximo responsable político de lo que, como mínimo, se puede calificar como “una negligente gestión de lo ocurrido”, en la que primó su interés particular y partidista sobre el conocimiento de lo ocurrido y la admisión de responsabilidades.
–Tercero: En efecto, hubo utilización y manipulación política desde diversos frentes, pero lo grave es que todos dejaron en un segundo plano no sólo a las víctimas –incluidos los guardias muertos–, sino a las causas profundas de lo ocurrido. Para una mayoría de los españoles de 1933, que la República afrontara los problemas sociales como un problema de orden público –como lo hubiera hecho una monarquía–, significó una quiebra de las esperanzas depositadas en ella. Su consecuencia más directa fue la derrota electoral de republicanos de izquierdas y socialistas unos meses después.
Respecto al relato de los hechos que realiza Tano Ramos, estamos de acuerdo, en líneas generales, hasta que termina la masacre. En lo que discrepamos totalmente es en la secuencia e interpretación que de ellos hace: omite importantes acontecimientos y medio interpreta otros. Por ejemplo, la dimisión-cese de Arturo Menéndez, Director General de Seguridad; parece que lo importante para el autor es que los acontecimientos fueran un instrumento para asaltar o retener el poder, una visión que es causa y consecuencia a la vez del ninguneo al que se sometió, y se somete, a las víctimas y a la población de Casas Viejas. En el juicio, en su alegato final, el abogado de la acusación particular, Andrés López Gálvez, estableció dos premisas: la primera, que la utilización política de los sucesos solo acababa de comenzar: “¿Tiene alguien derecho a utilizar a estos campesinos como banderín o arma política? Pues alguien parece tener algún interés personal o particular en ello”, se preguntaba el abogado. La segunda, que hoy –ochenta y tres años después– aparece como una profecía: su temor a que “se haya destruido en muchas generaciones el espíritu de un pueblo”.
La clarísima utilización que se hizo de lo ocurrido en Casas Viejas para derribar a Azaña y a su gobierno es una de las claves para entender que los sucesos se hicieran tan mediáticos; un hecho que contribuyó a que –para casi todo el mundo– las víctimas, los verdaderos protagonistas, pasaran a un segundo término.
Estamos ante un asunto poliédrico, cuya visión depende del ángulo desde el que se mire, y ninguna puede excluir a las otras ni mucho menos descalificarlas. Si bien dicha visión puede hacerse desde la manipulación –con el objetivo de resolver con el pasado problemas del presente– o desde la polémica que este episodio genera, también podría hacerse desde la eterna pregunta de “¿cómo pudieron suceder estos hechos durante el bienio republicano-socialista de Azaña?” –desde el análisis del papel del poder y el de su máximo representante, o desde la actuación y la personalidad de la figura del capitán Rojas y de tanto otros que merodearon por el relato de los sucesos. Y, por supuesto, puede hacerse esta visión también desde el mito, la especulación y la tergiversación que desde el principio los han rodeado.
Así que resulta fundamental la lealtad del historiador en la utilización de las fuentes, más allá del punto de vista que tenga. Los historiadores, todos, tenemos nuestra propia visión, y a partir de ella elaboramos nuestras construcciones; será la honradez en el análisis de las fuentes con las que contemos la que nos permita escapar de los clichés y del sectarismo. Y tenemos serias dudas de que así lo haga Tano Ramos, que pretende convertir “su verdad” en “la verdad”.
Por ejemplo, incluye entre los participantes en la tergiversación de lo ocurrido a “los antirrepublicanos”. ¿Quiénes son?, nos preguntamos. Los anarquistas no, porque están incluidos con personalidad propia. Las derechas y la extrema derecha tampoco, porque las suponemos participantes en ese genérico anacronismo de “franquistas”. No creemos que el autor esté pensando que fueran diputados “antirrepublicanos”, como el socialista radical Eduardo Ortega y Gasset, o el socialista José Algora, o el también radical Rafael Guerra del Río; incluso, ni el propio Alejandro Lerroux. Todos ellos, por distintas razones, estaban interesados en que se conociera lo ocurrido en Casas Viejas; unos eran de “derechas” y otros de “izquierda”, incluso de “extrema izquierda”, pero negarles el republicanismo sería sectario.
La base sobre la que Tano Ramos sustenta el titular del artículo es que fue la huida de Quijada de los guardias –que lo llevaban hacia el casarón de Seisdedos– la que inició el tiroteo de sus ocupantes contra ellos, una afirmación que figura en la declaración que el guardia de asalto Fidel Madrás, que resultó herido, realizó al juez militar Julio Ramos. Pero este testimonio no es tan unánime y rotundo como se deduce del texto del autor, y mucho menos que la secuencia de lo ocurrido fuera de la forma en la que él la cuenta: un buen periodista sabe de la eficacia de la habilidad de su pluma a la hora de contar un relato, como también sabe que al lector se le debe dar a conocer la existencia de otras declaraciones que, como es el caso, lo contradicen.
No es un ejemplo aislado, hay otros en el artículo. Una de ellos es la declaración de Pedro Salvo, guardia civil del puesto de Casas Viejas que iba de “práctico” como conocedor del terreno. Salvo no sólo no hizo ninguna referencia a esa huida; al contrario, aseguró que, antes de que comenzara el tiroteo, todos, incluido Quijada, llegaron hasta la puerta de la casa, que incluso la empujó con la culata de su fusil y que llegó a ver cómo un brasero brillaba y a sentir que había personas dentro de la choza. Que gritó por tres veces que se entregaran y que, sin obtener respuesta, fue a continuación –al intentar entrar el guardia de asalto que resultó muerto– cuando dispararon.
En el fondo, esta declaración no cambia la idea de que desde la choza se disparó primero, pero crea dudas sobre el uso de las fuentes, cómo las ha interpretado el autor y el uso que le ha dado a dicha interpretación. Por tanto, ¿es ésta la forma que tiene Tano Ramos de escamotear al lector –que puede no saberlo– que el testimonio que ha usado no es unánime y que lo ocurrido fue menos rotundo que esa imagen de la fuga de un detenido –confeso participante en la revuelta– perseguido por unos guardias que terminan siendo agredidos? Todo dirigido, por parte del periodista, a que nada empañe su idea de que los revoltosos fueron culpables y por tanto merecedores de la suerte que corrieron. Sin embargo, nada dice, cuenta u opina sobre la proporcionalidad del castigo, y si era necesario incendiar la choza y matar y quemar vivos a todos los que estaban dentro.
Damos especial importancia a la forma en que el autor ha relatado los hechos, porque es así como se construyen los clichés y el sectarismo a los que se refiere el propio el autor y que tanta indignación le causan: es decir, que los campesinos fueron unos desalmados que rodearon y dispararon contra un cuartel en el que había mujeres y niños; que si María Silva y Manuel García Franco se salvaron fue porque se dio la orden de no disparar al ver que eran unos niños; que si Manuela Lago y Francisco García Franco murieron fue porque los guardias pensaron que eran hombres armados. O considerar a Azaña como “algo” más que un político, “algo” más que una persona que se pudo equivocar, identificándolo con la propia República, y hacer creer al lector que criticar su actuación es sinónimo de criticar a la Segunda República; pensamos que flaco favor se les hace al republicanismo y a Azaña envolviéndolos en la bandera del crimen.
La matanza la decidió Rojas, en efecto, pero no fue sólo la actuación de un psicópata. Tano Ramos calla que llevaba órdenes de actuar con energía, que había recibido un telegrama del Ministerio de la Gobernación instándole a terminar con el asedio como fuera; de ahí que ordenara el incendio del casarón, y que, después, aconsejado por quienes consideraban que el castigo no había sido suficiente y que los principales responsables de la rebelión se habían escapado, realizara la razia y detuviera a personas de una forma no casual. Por el contrario, el relato del periodista dibuja la actuación de un loco que detuvo a varios vecinos casi al azar y de forma compulsiva (“que detuviesen a todos los hombres que hallasen”), y que incluso intentara borrar las huellas de la masacre. Nada más lejos de la realidad: se organizó de forma consciente, y los detenidos lo fueron en base a unas razones claras. Rojas tuvo claro que contaba con manga ancha para realizar el escarmiento, y, además, esa madrugada, le “calentaron” la cabeza; su personalidad pudo hacer el resto. Pensamos que Tano Ramos sabe lo anterior, pero que lo ha ignorado a propósito para que no se rompa el artificio del loco que actuó por su cuenta a espaldas del Gobierno y, en especial, de Azaña. Pone así, el autor, su granito de arena en el mantenimiento de los clichés y de las interpretaciones sectarias.
Terminado el relato de los sucesos, los silencios y omisiones de las tesis de Tano Ramos nos llevan a discrepar sobre la construcción de la insidia. Es más, considerar que Manuel Azaña no se enteró de nada, que fue engañado una y otra vez por el mutismo y las mentiras de subordinados desleales que lo llevaron a cometer error tras error, supone rebajar su figura política: mala cosa resulta que el autor justifique la gestión de un superior descargando las culpas en sus subordinados. Con semejantes amigos, Azaña no necesita enemigos. Quienes le consideramos una figura de altura, aunque discrepemos de su actuación y le creamos responsable político del crimen de Casas Viejas, no podemos admitir tal incompetencia. Queriéndole hacer un favor, Tano Ramos lo degrada. El mejor defensor no siempre es el más cortesano.
Terminamos con el misterioso final del reportaje: que la culpa de las “tergiversaciones” del ECCV1933 no la tuvo la Fundación –que fue la que aprobó y dio el visto bueno a los contenidos–, sino que –aunque no lo escribe expresamente– se debió a “la mano negra” (el entrecomillado es nuestro) de los anarquistas. Escribe Tano Ramos que “durante su elaboración, la Fundación Casas Viejas 1933 planteó hacer modificaciones en el contenido inicial del ECCV. Hubo cambios y frases eliminadas. Pero el ECCV fue inaugurado y ahí está ese memorial esperado y necesario, pero con un contenido que en lugar de enseñar, mitifica”.
Estos días, en los que se conmemora el 83 aniversario de aquellos hechos, hemos vuelto a visitar el espacio y a revisar los contenidos que se exponen. De nuevo, hemos sentido una gran satisfacción al ratificar que, por primera vez en los ochenta y dos años que han transcurrido desde los sucesos, los protagonistas, de forma clara y diáfana, por fin son las víctimas. No Rojas, ni Azaña, ni Pardo Reina, ni López Gálvez, ni Tierra y Libertad, ni ABC, ni…, sino la gente de Casas Viejas. En los más de veinte años que llevamos en contacto con el pueblo –viviendo en él o visitándolo–, hemos podido estudiar y documentar cómo “la destrucción del espíritu de un pueblo” (hasta le robaron y cambiaron el nombre) a la que se refirió López Gálvez, se había concretado en la extensión del silencio, del tabú, de las tergiversaciones, de las estériles polémicas y, sobre todo, en la utilización política de los sucesos y su reverso, que es el ninguneo a las víctimas. La inauguración y puesta en funcionamiento del ECCV1933 ha significado para nosotros una clara ruptura con esa tendencia, un punto de inflexión. Repetimos: por fin, después de tanto tiempo perdido, las víctimas –los verdaderos protagonistas, a nuestro entender– ocupan el lugar que se merecen. Eso es lo importante.
A diferencia de Tano Ramos, no creemos que el ECCV1933 sirva para mitificar. Cumple la función de honrar la memoria de las víctimas y fomentar identidades, con el fin de crear grupos, unir a colectivos y hacer reflexionar al visitante para que extraiga sus propias conclusiones. Por eso, si anarquismo es sentir gran satisfacción cada vez que leemos el nombre del centro –“Espacio Conmemorativo de la Memoria de las Víctimas de los Sucesos de Casas Viejas 1933”–; si anarquismo es poder conocer el significado de esa frase, y sentir aquel espacio en este tiempo y en este lugar concreto; si anarquismo es estar satisfecho con que su nombre deje bien claro de una vez por todas quiénes fueron los verdaderos protagonistas; si anarquismo es que su contenido sirva para contextualizar, exponer y analizar los hechos, que se valga de las distintas versiones historiográficas, que incluya un precioso vídeo bien elaborado, que por primera vez incorpore decenas de fotografías y fichas de gente de Casas Viejas y su relación con los sucesos; si anarquismo es que los casaviejeños recuperen su dignidad, su autoestima, su espíritu –“destruido”–… Si anarquismo es todo lo anterior, pues nos alegramos de que se siga “imponiendo el mito anarquista”, en palabras de Tano Ramos. Por eso teníamos que puntualizar su artículo, porque quien calla otorga, y sobre los sucesos de Casas Viejas se lleva mucho tiempo otorgando, demasiado.
COMENTARIO ENVIADO POR TANO RAMOS (3/2/2016):
El artículo de Salustiano Gutiérrez y José Luis Gutiérrez Molina fue enviado a Diario de Cádiz, efectivamente, el 15 de enero. Pero no es cierto que “tras una primera conformidad” fuese comunicado a los autores que no sería publicado. Nunca hubo conformidad al texto. La hubo a que enviasen el artículo. La decisión de no publicarlo les fue comunicada tras leerlo y comprobar que incluye frases ofensivas como la siguiente: “Todo dirigido, por parte del periodista, a que nada empañe su idea de que los revoltosos fueron culpables y por tanto merecedores de la suerte que corrieron”.
No fui yo quien decidió no publicarlo, no tengo esa posibilidad. Pero si la tuviese, no lo publicaría porque no lo haría con cualquier texto que atribuyese a una persona una barbaridad que jamás haya expresado ni sentido ni dicho ni escrito.
Por lo demás, mantengo lo que escribí en el reportaje, no lo que los autores de la réplica dicen que digo e interpretan que digo.
Tano Ramos