Texto: Fernando Sígler
La Biblioteca de la Casa de la Memoria dispone del único ejemplar existente en las bibliotecas públicas de todo el país del libro Communes de province, Commune de Paris, 1870-1871, de Jeanne Gaillard. Esta monografía, editada en francés por Flammarion en 1971, dentro de la colección «Questions d’Histoire» –dirigida por Marc Ferro–, forma parte de la biblioteca personal del escritor y periodista Jesús Ynfante, donada por sus familiares tras su fallecimiento en 2018. Se trae a colación con motivo del 150 aniversario de la Comuna de París, la efímera experiencia de democracia directa del movimiento obrero de la capital francesa iniciada el 18 de marzo de 1871 con la evacuación de la ciudad por el gobierno, la convocatoria de elecciones por el Comité Central en la jornada siguiente y la proclamación solemne de la Comuna diez días después.
La autora, que participó en la Resistencia en la Segunda Guerra Mundial y militó en el partido comunista, se doctoró en 1975 con una tesis precisamente sobre la historia de la ciudad de París en el segundo tercio del siglo XIX. Esta historiadora explica en su libro que el movimiento comunalista comenzó en septiembre 1870 en provincias y se extendió de Lyon a Marsella, que conocieron una experiencia de democracia directa antes que el propio París, que tomó el relevo en 1871. Según Jeanne Gaillard, los comuneros parisinos no se presentaban como una vanguardia aislada, y eran los dirigentes de una extrema izquierda urbana, deseosa de llevar el sufragio universal a sus últimas consecuencias democráticas.
La Comuna de París se abrió paso con la caída del segundo imperio francés, régimen de un nacionalismo autoritario encarnado por Napoleón III, que se hizo con el poder tras un golpe de Estado como el que protagonizó su tío Napoleón I medio siglo antes. De las características de este régimen y del personaje que lo representó dio cumplida cuenta Marx en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, que comienza con el célebre parangón entre ambos golpes, cuando escribe: «Hegel dice que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa».
Precisamente, sobre las cenizas de este imperio que nació del golpe del 2 de diciembre de 1851 y que se proclamó en 1852, emergió el movimiento revolucionario parisino de 1871 del que este año se conmemora su 150 aniversario.
Conflicto diplomático por la corona española
Conviene fijarse en el acontecimiento coyuntural que precipitó el desmoronamiento de la estructura política erigida por Napoléon III. Se trata de la guerra franco-prusiana de 1870. Hay que recordar que mientras el emperador francés reclamaba a Prusia su dominio sobre diversos territorios fronterizos, los alemanes estaban en pleno proceso de unificación de sus distintos estados, lo que era motivo de temor para los franceses, que veían crecer al otro lado de su frontera oriental un estado poderoso. El conflicto entre ambas naciones se incrementó con un contencioso diplomático en el que estuvo implicada directamente la situación política de España. En este punto, es preciso abrir un paréntesis para tener en cuenta que tras el triunfo de la revolución de la Gloriosa en septiembre de 1868, que supuso el fin temporal de la dinastía borbónica en España, el jefe del gobierno provisional, Prim, propuso que la corona hispana la ciñera un pariente del rey prusiano, Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen (para el anecdotario cabe reseñar que ante la dificultad de pronunciar este apellido compuesto, los españoles lo bautizaron con la expresión «Ole-ole si te eligen»). El canciller prusiano, Bismarck, que no había solicitado esta candidatura, la apoyó por las ventajas que representaba para su país: resucitaría la vieja alianza de Alemania con la España de los Habsburgo, rompería la hostilidad de los alemanes católicos del sur, reticentes contra su Prusia protestante, que alentaba la unidad territorial germana, y amenazaría a su rival continental, Francia, con dos frentes fronterizos, uno al este y otro al sur.
No obstante, al conocer estas negociaciones entre España y Prusia, la opinión pública francesa enardeció y el gobierno galo presentó un ultimátum. Para evitar un conflicto bélico, Leopoldo de Hohenzollern retiró su candidatura al trono español, pero la derecha francesa no se sintió satisfecha con esta renuncia y exigió al rey prusiano, Guillermo I, que se comprometiera por escrito a no volver a plantear la aspiración de un alemán a la corona hispana en el futuro. Para complacer al sector belicista, el gobierno francés formuló la petición de esas garantías a través de su embajador, que fue recibido por el monarca de Prusia en Ems. Aunque Guillermo volvió a garantizar verbalmente la renuncia al trono español por parte del aspirante alemán, consideró que con su palabra bastaba y que no era necesario estampar este compromiso por escrito. El resultado de esta entrevista fue difundido por los servicios del rey prusiano en un comunicado que Bismarck resumió con un matiz que el gobierno francés consideró insultante. Era el llamado «Despacho de Ems». El ejecutivo galo creyó que el canciller prusiano había modificado el texto para provocar el enfrentamiento entre ambas naciones, y siguiendo esta lógica belicista –en la que se alineó la emperatriz de los franceses, la española Eugenia de Montijo– le declaró la guerra el 19 de julio de 1870.
De la derrota en la guerra a la insurrección revolucionaria
Pero Francia se lanzó al conflicto armado en una situación de inferioridad militar y sin apoyo internacional, y tras un mes de combates en la zona de Alsacia y Lorena, el 2 de septiembre siguiente el ejército francés cayó derrotado y Napoleón III capituló en Sedán. Una revolución pacífica declaró abolido el imperio en París el 4 de septiembre. Era la antesala de la inminente Comuna de París, que aún debía esperar la actuación de un gobierno de Defensa nacional formado tras la caída del imperio con el fin de intentar concluir una paz poco costosa. Bismarck le impuso la condición de la cesión de Alsacia y parte de Lorena. Francia lo rechazó y decidió reanudar la lucha militar, para lo que reclutó un ejército de 600.000 jóvenes. Pero esta reacción resultó inútil para sus propósitos, pues las tropas alemanas comenzaron a asediar París desde el 19 de septiembre de 1870, y ante su incapacidad para vencer el cerco, el gobierno francés firmó el armisticio el 28 de enero de 1871. París capituló. El 8 de febrero se celebraron elecciones legislativas, que dieron lugar a una Asamblea de mayoría conservadora, aunque con subida de los republicanos. Entonces, el líder de las «libertades necesarias» y de la oposición a la guerra, Thiers, fue elegido jefe del poder ejecutivo de la República, y el 26 de febrero firmó en Versalles los preliminares de la paz, que fueron ratificados por la Asamblea el 1 de marzo. Esta cámara legislativa se instaló en Versalles, y no en París, y comenzó a aprobar medidas antisociales que «encendieron la pólvora», como la supresión del sueldo de los guardias nacionales y de la moratoria de los alquileres. El escenario de la capital francesa se caracterizaba por la miseria producida por el asedio y la efervescencia revolucionaria subsiguiente a la caída del imperio, a lo que se unía la humillación de la derrota militar. En este contexto, el 18 de marzo de 1871 estallaron las protestas en el barrio de Montmartre, lo que obligó a Thiers a abandonar París y marchar a Versalles. La insurrección estalló en París, donde se instaló la Comuna. El 26 de marzo de 1871 fue elegido el Consejo General de la Comuna por sufragio universal y una participación del 50% del electorado. La Comuna comenzó a aplicar sus medidas sociales revolucionarias. Los miembros de la Comuna procedían del viejo París. Lo formaban fundamentalmente obreros cualificados y artesanos, y en su seno representaban diferentes corrientes ideológicas o trayectorias políticas, como patriotas decepcionados, jacobinos revolucionarios, blanquistas, proudhonianos y socialistas de la Internacional.
Próximos a los sans-culottes de la Revolución francesa y a los insurgentes de 1848, fueron el último reflejo de las revoluciones parisinas inauguradas en 1789. La Comuna fue interpretada por Marx como la primera de las revoluciones futuras.
Pero su recorrido efímero tuvo un final trágico. En abril comenzó una guerra entre versalleses y comuneros (o federados) que terminó de una manera terrible con la semana sangrienta, del 22 al 28 de mayo. Se calcula que entre 20.000 y 35.000 insurgentes fueron ejecutados sin juicio previo; el resto fue condenado al exilio o a la deportación.
Traducción del capítulo IV del libro Communes de province, Commune de París, 1870-1871
En este punto, traducimos el contenido del capítulo IV del libro Communes de province, Commune de París, 1870-1871, de Jeanne Gaillard, único ejemplar en las bibliotecas públicas de todo el país y que está en las estanterías de la biblioteca de la Casa de la Memoria. Se titula «18 de marzo de 1871. Revancha de la Guardia Nacional parisiense sobre los rurales», y detalla los acontecimientos del día clave de este proceso revolucionario y el papel desempeñado por estos guardias a favor de la Comuna:
El relato de los hechos es clásico. La Asamblea Nacional elegida el 8 de febrero para ratificar el armisticio y hacer la paz se compone de 450 monárquicos de un total de 850 miembros. Ella nombra a Thiers jefe del Gobierno. Su programa se basa en dos puntos: poner fin a la guerra pero también consolidar el orden social. Con los rurales de la Asamblea, la reacción hace su rentrée política.
En París, las elecciones del 8 tienen por primer efecto precipitar la federación de los batallones de la Guardia Nacional que estaba en el aire desde el cuartel general. El 15, en el Vaux Hall, 215 batallones (de 260) reunidos por iniciativa del XV distrito deciden elegir un Comité central [Nota: Los batallones del XVº han hecho aparecer una llamada en los periódicos, pero hay en los papeles Claretie (Biblioteca Histórica de la Villa de París) una convocatoria del 6 de febrero que llama a una reunión el 15. Está firmada por guardias pertenecientes a los batallones del Centro, entre ellos un tal Courty, negociante considerado como muy moderado por Lissagaray y cuya firma figura también en los documentos posteriores].
El proceso que va a hacer de la Guardia nacional el instrumento de la revolución está en marcha. Las reuniones donde la Guardia pone a punto su nueva organización se prolongan con asambleas tumultuarias que se celebran en la plaza de la Bastilla, en principio para celebrar el aniversario de la revolución de 1848, en seguida para deliberar sobre los acontecimientos actuales. Se concentra una multitud y el prefecto de policía señala en sus boletines que incluso los destacamentos de marineros y movilizados asisten a las reuniones. Los estados mayores, que continúan reuniéndose en la calle de la Corderie (Internacional – Comité de vigilancia de los 20 distritos de París), se encuentran provisionalmente sin tropas.
El papel desempeñado por la Guardia nacional impone la autoridad del Comité central a los parisinos. Antes de las elecciones del 8 de febrero, intervino en la campaña electoral “fuera de toda toma de partido” para recomendar a los candidatos republicanos.
Pero son sobre todo las iniciativas de la Guardia tras la expiración del armisticio el 26 de febrero las que le unen a los parisinos. “Se temía, en medio del silencio absoluto del Diario oficial, una ocupación; una agitación revolucionaria subleva a toda la población entera”, se lee en La Federación republicana de la Guardia nacional, órgano efímero de los batallones federados. Constituido en Comité de vigilancia, el Comité central, al principio vacilante sobre la táctica a seguir, decide finalmente evitar el contacto con los prusianos en lugar de intentar entrar en batalla contra ellos. El 28, instituye un cordón sanitario para separar los barrios del centro de los del oeste, donde, en virtud del armisticio, los prusianos entran el 1º de marzo y desfilan el 2 por los Campos Elíseos. El día siguiente, 3, la Guardia nacional nombra un comité encargado de hacer aplicar sus nuevos estatutos, los cuales comportan “el derecho absoluto” a la elección y a la revocación de los jefes (resolución adoptada a partir de la proposición del internacionalista Varlin).
Así, un dispositivo revolucionario es progresivamente puesto en marcha y constituye un poder independiente: el 26 y 27 de febrero, batallones de la Guardia nacional invaden la prisión de San Pelayo y liberan a los prisioneros, entre ellos Brunel, futuro comunero, que había sido acusado de insurgente contra el armisticio; el 27 el Comité central ordena llevarse los cañones abandonados en la zona ocupada por los prusianos. Su autoridad es efectiva no solamente sobre los guardias sino también sobre los movilizados que arrastran a los oficiales ante él para ser juzgados.
En fin, cercano a los parisinos, su prestigio es grande por la impopularidad de la Asamblea nacional. Esta misma decreta sucesivamente la supresión del sueldo de los guardias nacionales, salvo para los indigentes, el 15 de febrero, la supresión de la moratoria de los créditos comerciales el 10 de marzo, el traslado de la Asamblea nacional de Burdeos a Versalles. Estas medidas han creado en torno a los revolucionarios un movimiento de simpatía sin la cual la insurrección del 18 de marzo y la instalación de la Comuna no habrían sido posibles. “La ley sobre los plazos, después de la casi unanimidad de los escándalos que nos llegan, es vista desfavorablemente en los sectores medios y bajos del comercio”, señala el prefecto de policía el 16 de marzo. Los internacionalistas parisinos señalaron por su parte en su correspondencia que la Comuna es vista sin connotaciones desfavorables en los distritos burgueses en los días que siguen al 26 de marzo.
Sin embargo, la revolución parisina –y provincial también, por otra parte– tiene causas más profundas. Toda la Francia republicana se inquieta. Por dos veces, el 16 de febrero designando a Thiers como jefe del ejecutivo, el 11 de marzo decidiendo trasladarse de Burdeos a Versalles, la Asamblea decreta –es el pacto de Burdeos– aplazar para más tarde el problema del régimen. Los republicanos son persuadidos de que ella se da un tiempo para preparar una restauración monárquica y lo que dicen los realistas no consigue tranquilizarlos. La presencia de Thiers en el ejecutivo ya no les tranquiliza. Thiers ha predicado la reacción de 1848; los radicales del Tiers-Parti recordaron en carteles, durante la Comuna, que él mismo hizo apología del “rey-bomba” (el rey de Nápoles y Dos Sicilias que acababa de bombardear Palermo).
Pero la República, esa cuyo nombre inflama a la opinión, es la República por y para el pueblo, la vieja República “demo-soc” reencontrada y rejuvenecida por el radicalismo de los años 60. Supone una acusada descentralización de los poderes, incompatible con un parlamentarismo donde los contemporáneos solo ven el orleanismo rehervido. El conflicto ha cristalizado en torno a la Guardia nacional mucho antes del armisticio. Desde el otoño del 70, mientras ciertos batallones de la Guardia apoyaban, como hemos visto, las tentativas insurreccionales, por su lado el gobierno de la Defensa nacional tomaba medidas para limitar la autonomía de un cuerpo que contaba con 300.000 hombres y elegía a la mayor parte de sus jefes a partir del 6 de septiembre.
Si Clément Thomas es ignominiosamente ejecutado en la calle de las Rosas el 18 de marzo, es porque ha contribuido como comandante en jefe a limitar los poderes de la Guardia, no dudando en apartar a los jefes elegidos y a licenciar a los cuerpos indóciles por doblegar a la guardia ciudadana al régimen del ejército. No se le perdonó por ello.
Cuando Thiers decidió recuperar sus cañones a los parisinos –lo que se hará el 18 de marzo, aunque en parte desde principios de mes–, su política continuaba la del gobierno de la Defensa nacional, y la Guardia nacional reconocía perfectamente esta continuidad.
Por su lado, la Guardia nacional no cree salirse de sus atribuciones tomando iniciativas distintas a las militares. Cuerpo cívico más que militar, se niega a ser de un partido pero quiere ser una entidad política. Aquellos de sus miembros que lanzan el movimiento federativo en febrero no pertenecen a los movimientos revolucionarios. Son ciudadanos que ejercen un poder perfectamente legítimo. “Hace falta organizar un ejército, dice uno de ellos en la reunión del 3 de marzo en la que la Federación elabora su estatuto, para defenderse y repeler a un rey que un plebiscito rural podría querer imponernos”. Así lo quiere el civismo republicano.
El despliegue de la jornada del 18 de marzo ofrece, pues, la imagen de una ciudad solidaria contra Versalles. Esa mañana al alba, las tropas acantonadas en los Campos de Marte se movilizan para recuperar por la fuerza los cañones que el Comité central no ha querido ceder de buen grado, e invaden el montículo de Montmartre donde se encuentra el mayor parque de artillería. No entraremos en detalle de una jornada cien veces contada en las historias. Insistiremos solamente en los puntos siguientes: los batallones de los barrios populares, alertados por la retirada, corren a Montmartre a defender los cañones, mientras los batallones de los barrios burgueses, que se llamarán en adelante “los batallones del Orden”, no se alinean al lado de Thiers y rehúsan durante los días siguientes batirse por la Asamblea de Versalles; se conforman con defender la Bolsa y la Alcaldía del II distrito donde se mantienen fuertes.
Otro hecho significativo: el 18 de marzo los “líderes” contienen a la muchedumbre, más que excitada. El general Lecomte es muerto, parece ser que por un soldado de la línea. En cuanto a Clément Thomas, los oficiales se esfuerzan en sustraerse a una ejecución sumaria, pero, a los ojos de los guardias, simboliza el orden militar que ha querido hacer reinar cuando los comandaba.
En la tarde del 18 de marzo, la ola popular ha obligado al gobierno a evacuar París y ha llevado al Comité central al Ayuntamiento.
Bibliografía
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